El dolor de la pérdida de un nieto.

Cuando nos enfrentamos a la pérdida de un nieto,  el dolor se multiplica. Ver sufrir a un hijo no es sencillo, y sucede, a su vez, que ese dolor, es propio también. El abuelo perdió un nieto, y su hijo, perdió a su propio hijo. Ellos sienten que deben ser sostén y contener como antaño lo hacían, el dolor de su hijo, pero la realidad nos indica que ellos también están en proceso de duelo, el cual muchas veces relegan para otro momento para poder acompañar de mejor manera a su propio hijo.
El desplazar el momento de la elaboración de duelo, puede acarrear trastornos tanto físicos (como hipertensión, hiperglucemia, colesterol, etc, que son propias de la edad pero que pueden verse exacerbadas por la tensión a la que se encuentran sometidos) como emocionales (stress, pesadillas, fobias, depresión, TOC, etc.)
Aparecen cuestiones de replanteo del por qué ellos, siendo ancianos, conservan su vida, y el nieto, que comenzaba a transitar este camino, se fue, y la culpa suele ser una muy mala compañera en estos momentos. Trabajar estos temas con amigos o profesionales suele ser lo mejor, y no trasladar estas inquietudes a la pareja parental del niño fallecido, ya que sólo sería agregar más dolor, ya que nadie debe intercambiar la vida con nadie, cada uno de nosotros somos valiosos sin importar la edad, estas ideas aparecen producto del sentimiento de culpa que invade en los primeros momentos del trabajo de duelo y no son productivas en absoluto. Quizás los abuelos ya hayan atravesado recientemente una situación de duelo de algún amigo o allegado, o un familiar cercano, digamos que a esa edad, se comienza a ver morir a los pares o personas mayores que uno ,.pero les resulta inconcebible la muerte de un nieto, que supone que lo trascenderá a él mismo y a sus hijos. Es decir que por más veces que hayan tenido que elaborar duelos, no será lo mismo en este caso. Tal vez les sirva saber cuál es el camino, pero seguramente lo recorrerán de una nueva forma
Acompañar al hijo es la mejor manera de ayudar. Compañía silenciosa, que aguarda el pedido del otro, de escucha, de acción o simplemente de silencio. Invitar al hijo a la charla abierta, al diálogo franco, dejar que el hijo los vea llorar, que sepa que sufren su pérdida con él no los hace menos fuertes, al contrario, los coloca en un nivel de empatía apto para la recepción de los sufrimientos del hijo. Si la familia tiene algún tipo de creencia religiosa, organizar una ceremonia en  memoria del niño es una buena opción, la familia nuclear posiblemente este en shock aún y sean tareas que desean hacer, pero que no pueden planificar. Si nuestro hijo tiene más hijos, ofrecer la posibilidad de llevarlos de paseo, o quizás una noche a dormir a lo de los abuelos, para darle a la pareja un espacio de intimidad donde puedan dialogar sobre los sucesos acontecidos. Es posible que ellos se nieguen porque desean estar todos juntos, para apaciguar el dolor, respetémoslo.
Recordemos que dejar de hablar del niño fallecido no ayuda en este proceso. Al contrario, lo dilata, lo niega, lo esconde. Hablar con nuestro hijo hará que este camino sea más sencillo. Acompañar, sin juzgar. Vendrá el tiempo donde el recuerdo se acompañe con una sonrisa, y allí sabremos que ayudamos en algo a nuestro hijo a elaborar su duelo.

Escrito por  la Lic. Giselle Velez para la Fundación Era en Abril