Testimonio de Jessica Ruidiaz, fundadora y presidenta de la Fundación Era en Abril

El 27 de febrero de 2006 nació nuestra primera hija Sofía. Fue el día más hermoso de nuestra vida juntos, ya éramos una familia. Pasamos un embarazo si complicaciones, felices y ansiosos por la llegada de nuestro bebé. Preparamos el cuarto de Sofía con tanto amor, cada detalle, cada rinconcito de la casa se iba llenando de ella desde el momento en que nos enteramos de que venía en camino. Sofí nació por cesárea de urgencia ya que yo no dilataba. Nunca voy a olvidar su carita ni su primer llanto, fue sublime, mágico. Es increíble cómo una personita tan hermosa y chiquita puede llenarnos tanto la vida y el alma. Luego de los controles de rutina nos dijeron que estaba perfecta y nos dieron el alta de la clínica. Sólo nació con un angioma plano grande en su espaldita y nos mandaron controles para descartar anomalías internas. El día 14 le hicieron una eco abdominal y detectaron líquido en la pleura pero en la guardia me dijeron que era normal y ese líquido se reabsorvía con los días y nos mandaron a casa.

Pasamos 15 días hermosos hasta que, justo el día en que vinieron a mi casa unas amigas que habían tenido a sus bebés casi en la misma fecha que yo, mientras pasábamos la tarde juntas, Sofía se empezó a poner pálida y no reaccionaba. La llevamos urgente al sanatorio, había tenido un paro respiratorio y la tuvieron que reanimar. A partir de ese momento le diagnosticaron Quilotórax Bilateral Espontáneo., y estuvo un mes y medio internada en terapia neonatal, con drenajes en los pulmones, respirador, con agujas y tubos por todos lados, para alimentarla, para pasarle medicación, etc. Mi hermosa princesa pasó de estar en mis brazos protegida, serena, llena de mimos y cariños a estar solita en esa incubadora, con médicos controlandola. Nosotros sólo podíamos pasar a verla dos o tres veces por día, algunas veces podía tocarla, acariciarla, apoyarle mi mano en su pecho para darle calor, podía hablarle. A veces cuando entrábamos a verla ella se despertaba, nos miraba, sonreía, nos escuchaba atenta, pero hay un recuerdo que no puedo sacar de mi mente. Fue uno de esos momentos en los que nos dejaron entrar, ella se despertó y pude tocarla, con Manuel le hablábamos, le cantábamos y ella se veía contenta sosteniendo mi dedo, pero cuando vió que se acercaba la neonatóloga puso cara de horror, se puso a llorar y apretó mi dedo con muchísima fuerza, como pidiendo que la saque de ahí. Esa imagen fue la que más impotencia me dio porque yo sentía ganas de arrancarle todos los tubos y llevarla lejos, abrazarla fuerte y tenerla conmigo, pero no podía hacerlo, tenia que confiar en que los médicos estaban haciendo todo lo que podían para salvarla. Esos 45 días fueron terribles, no tuvimos ningún tipo de contención psicológica, salíamos de verla llenos de impotencia y nos quedábamos afuera de la clínica esperando, a que se hiciera la hora de verla nuevamente. Yo tuve hemorragia por los nervios, la cual me tuvieron que cortar con medicación, y además me sacaba leche para no perderla y poder darle para cuando le dieran el alta. Era muy doloroso porque me sacaba la leche llorando yo sabia que mi bebita estaba sufriendo por no poder estar en mis brazos, sabia que mientras yo no estaba le hacían estudios, le sacaban sangre, y yo no podía sostener su mano siquiera. Mantuve mis pechos llenos todo el tiempo que pude, pero no sirvió de nada. Probaron de todo hasta que mi Sofi no aguantó más.

Ese último día, el 27 de Abril de 2006, tuvo otro paro respiratorio del cual salió pero nos dijeron que ya no se podía hacer más nada. La tuve en brazos por horas mientras mi marido y mi mamá le hacían caricias. Recuerdo que cuando escuché las palabras “no se puede hacer más nada” mi instinto fue descubrirme el pecho, me saque la remera y el corpiño y me la pusieron en los brazos, la apreté contra mi pecho, pensaba ilusamente que quizás extrañaba mi calor, mi olor, que ponerle mi pecho cerca iba a hacer que quiera tomar la teta, que si escuchaba el latido de mi corazón ella iba a reaccionar, pero no. Luego de unas horas así, la doctora me la pidió y yo pensé que todavía podían hacer algo. Hasta ese momento sólo funcionaba su corazoncito y cuando la solté para dejarla con la doctora, su corazón dejó de latir. Le rogué a Dios que me lleve a mi pero le devuelva la vida a mi hija.

Sofía murió el 27 de Abril de 2006, justito cuando cumplía sus 2 meses. Ese fue el día más triste de nuestras vidas, eso fue lo más cruel que pudo habernos tocado, lo más doloroso. A partir de ese día nuestra vida cambió por completo. Estuve por meses en estado de shock, lloré muchísimo, no sabía qué hacer, cómo seguir, no le encontraba sentido a la vida ni me importaba nada más, me preguntaba una y mil veces ¿POR QUÉ?, ¿POR QUÉ A MI? ¿POR QUÉ A NOSOTROS?, ¿QUÉ HABÍA HECHO MAL? ¿POR QUÉ MI SOFI TUVO QUE SUFRIR TANTO? Cómo era posible que la vida cambie tan rápido y tan drásticamente y se convierta en algo tan desgarrador. A los 15 días de haber fallecido mi hija decidí buscar ayuda, como no encontré ningún grupo específico para padres que habían perdido bebés fui a Renacer (para padres que perdieron hijos). Eso me ayudó mucho, me sentí acompañada, contenida y fui aprendiendo (y sigo aprendiendo) a vivir con éste inmenso dolor pero de manera que me permita volver a mirar la vida con esperanza. Por otro lado también hablaba con muchas madres que habían perdido bebés, algunas en el embarazo, otras en el parto o luego del nacimiento, con ellas compartimos nuestro dolor y etapas de este camino tan duro. Una persona muy importante en ese primer año fue Adriana (mamá de Franco), con quien nos conocimos en el sanatorio, nuestros hijos estaban internados uno al lado del otro y fallecieron con días de diferencia. Con Adriana hicimos el duelo juntas, hablábamos todos los días por teléfono, llorábamos juntas, recordábamos a nuestros bebés, situaciones en el sanatorio, la lucha de nuestros angelitos y juntas fuimos saliendo adelante. Cada vez más crecía en mi la pregunta de porqué no existía un grupo de ayuda para los padres que perdimos bebés, específicamente, cómo era posible que quedemos tan desamparados ante tan terrible tragedia. Pensaba que si a mi me habia ayudado tanto poder hablar con otras mamás, hablar de cómo fueron nuestros embarazos, de nuestros sueños, de cuánto anhelábamos a nuestros bebés, de cuanto nos dolía haberlos perdido, de saber que otra mamá recordaba el nombre de mi hija, que recordaba la fecha de su nacimiento y del aniversario de su muerte, que me entendía, que no me cambiaba de tema cuando yo quería recordar a mi Sofía, que hasta lloraba conmigo cuando yo estaba triste pero me daba fuerzas para seguir, que compartíamos también experiencias similares con respecto a la reacción de familiares y amigos ante nuestra pérdida, entonces quizás era necesario hacer un grupo específico donde poder encontrarnos, donde sentirnos contenidos para poder salir adelante juntos y también una organización donde puedan apoyarse todos los padres que pierden un hijo y no tienen ningún apoyo. Y me tomé esa tarea como propia, como la misión que me ha dejado Sofía.

«Los ojos de Sofia florecen en la noche, parpadean como una estrella fugaz. Son gotas de rocío que guardo en la memoria, como una flor de invernadero que comienza a brotar»