Mamás de ángeles

El sueño de  la maternidad aparece a muy corta edad en las niñas, manifestándose en sus juegos: a la mamá, al bebé. Posteriormente al encontrar una pareja estable y adecuada, este deseo resurge con nuevas fuerzas, y si ambos coinciden en este proyecto, se inicia la búsqueda del embarazo. Puede ocurrir que el hijo se demore en llegar, generando frustración y angustia en los futuros padres, e incluso los lleve a realizar la consulta médica que descarte algún tipo de patología en ellos.
Una vez logrado el embarazo, sea en la situación planteada previamente como la “ideal”, o bien siendo una mujer sola, o bien siendo un embarazo no deseado, o bajo cualquier circunstancia adversa por la que se este atravesando, a partir del positivo, de la noticia de la venida de un bebé, se configura psíquicamente la idea de ser madres. Y las ilusiones aparecen como una catarata de alegría, los sueños, la espera, se hacen dulces y todos los malestares típicos del embarazo son llevados con orgullo por la futura mamá, porque el premio de ese sacrificio es la llegada del hijo.
Perderlo es el acontecimiento más duro que una mujer puede atravesar. No importa en que momento suceda, si es en la semana 5 de embarazo o al año de vida, produce un dolor, un quiebre de las ilusiones, una desmoralización y una frustración de la mujer como creadora de vida, como capaz de gestar un nueva persona en su vientre, que muchas veces se traduce luego en diversas enfermedades mentales y/o psíquicas.

Teniendo en cuenta el momento en que se produce la pérdida podemos observar:

¥   Pérdida en las primeras 12 semanas de gestación: todos, médicos, familiares, amigas, vecinos, dicen que en las primeras 12 semanas existe el riesgo de la pérdida como algo “esperable”, aconsejan no hacerse demasiadas ilusiones respecto a la llegada del bebé, no comprarle nada (ropa o juguetes), por las dudas… Esta manera de proteger a la madre de la posible pérdida de su hijo no hace más que no permitirle sentir desde el minuto cero y durante el embarazo, la seguridad del hecho de ser madres. Si la pérdida se produce en este lapso, incluso no es tomada como tal por casi ningún miembro de la sociedad, porque “ya se sabe que puede ocurrir”, descalifican a la mujer diciendo que ella no es madre, que no es tan tremendo minimizan el hecho, que sólo fue un embrión…La verdad es que psíquicamente e independientemente de la compra o no de cosas para el bebé, se configura en la mente de la mujer la idea de la maternidad como algo real y a futuro, pero con la solidez de un hecho cierto de cumplimiento inmediato, por eso el duelo debe ser elaborado y ese dolor debe ser tenido en cuenta como en cualquier otra madre que pierde a su hijo en semanas mas avanzadas o una vez nacido el niño.

¥ Pérdida en la semana 12 a la semana 40: una vez pasado el lapso “de riesgo” de pérdida del embarazo, la madre y la familia se permiten esperar el nacimiento del bebé con alegría y sin tantos temores. Entonces, el hecho de que el embarazo se interrumpa suele funcionar como un shock emocional abrupto e inesperado que desata una serie de angustias incontrolables propias de una situación semejante. Es necesario en este tipo de casos elaborar un duelo más prolongado, similar a la de un niño nacido.

¥  Pérdida de un bebé nacido: una vez nacido el niño, si este fallece, suele ser tomado por la sociedad como una muerte más real, y percibido como esperable la aparición  del sufrimiento de la madre por la pérdida del hijo. La contundencia del nacimiento del bebé le da carácter de realidad al motivo de ese dolor. Sin embargo debemos destacar que este duelo no es igual a ningún otro, que es tal la incongruencia de la imagen de la muerte con los niños que es difícil la asimilación de la desaparición física del pequeño. El duelo se debe elaborar, y hay que tener en cuenta que cada paso puede tener marchas y retrocesos, que si bien las etapas que se dan son las mismas que en cualquier otro proceso de duelo, la cronología, duración e intensidad varía según cada mamá.

Y así devenimos en mamás de ángeles.  Y leo por allí, ”yo no quería un ángel, yo quería un hijo”…que gran verdad encierran esas palabras, que gran dolor… Pero la verdad es que  son mamás de ángeles, que tienen hijos que se han convertido en ángeles y lo que ni siquiera debe ser cuestionado es que son madres, y tienen todo el derecho del mundo a recordar a sus hijos como mejor les parezca (tanto social como culturalmente) y a nombrarlos, a hablar de ellos y pedir que respeten su memoria.
Y si deciden, luego de un tiempo, volver a ser mamás, siempre recuerden que los hijos que vendrán también tienen derecho a saber que tienen un hermano/a en el cielo, que ha formado el carácter de los papás que él hoy disfruta, y que es parte y lo será siempre de esa familia.

Escrito por Lic. Giselle Velez para la Fundación Era en Abril