Usted ha esperado a su bebé nueve meses, ha soñado con él, lo ha sentido patear e hipar, ha oido el palpitar de su corazón. Compró cuna, pidió el ajuar, preparó a sus amigas y a la familia y se preparó usted para una vida nueva con el recién nacido -y ahora resulta que vuelve a su casa con las manos vacías.
Tal vez no hay mayor dolor que el que se sufre con la muerte de un hijo. Y aún cuando nada puede aliviarlo, sí hay algunos pasos que se pueden dar para hacer más tolerable el futuro y reducir la inevitable depresión que sigue a semejante tragedia.

  • Vea a su hijito, álcelo, póngale nombre. Sufrir es un paso vital para recuperarse de la pérdida, pero no se puede uno doler por un niño sin nombre a quien nunca ha visto. Aún cuando haya nacido con una deformidad, los expertos afirman que es mejor verlo que no verlo porque lo que uno se imagina suele ser peor que la realidad. Alzarlo y ponerle nombre hará la muerte más real para usted, y al fin y al cabo, más fácil de sobrellevar. Lo mismo se puede decir de hacer arreglos para las exequias y el entierro, que además le dan otra oportunidad de decirle adiós. Y la tumba será un sitio permanente donde podrá ir a visitarlo en los años venideros.
  • Comente los detalles de la autopsia y otros con el médico para aceptar la realidad de lo ocurrido y ayudarse a sobrellevar su dolor. En la sala de partos le informaron de muchos detalles, pero las medicinas, su estado hormonal y el efecto del golpe que ha recibido probablemente le impidieron comprenderlos del todo.
  • Si es posible, pida que cuando le den la noticia no le den sedativos, los cuales, si bien alivian momentáneamente el dolor, tienden a borrar su recuerdo de lo que ocurrió. Esto le hace más difícil afrontar la pena y al mismo tiempo los priva a usted y su esposo de la oportunidad de ayudarse el uno al otro.
  • Guarde una foto (muchos hospitales las toman) u otros recuerdos, para que tenga objetos tangibles en que fijar su afecto cuando piense en el futuro en el hijo que perdió. Aún cuando esto parezca mórbido, los expertos dicen que ayuda. Recuerde los atributos positivos: ojos grandes y pestañas largas, lindas manos y dedos delicados, la cabecita cubierta de cabello.
  • Pida a sus parientes y amigas que no hagan desaparecer de su casa todos los preparativos que usted había hecho para recibir al bebé. Dígales que usted misma lo hará. Ellos seguramente proceden con buenas intenciones, pero volver a su casa y encontrarla como si nunca se hubiera esperado un hijo sólo servirá para aumentar su sentido de irrealidad.
  • Llore todo lo que quiera o crea que necesita. Llorar es parte del proceso de la pena. Si no llora ahora, algo quedará pendiente y acaso tenga que atender a ello más adelante.
  • Prepárese para un período difícil. Durante un tiempo se sentirá deprimida; probablemente le costará trabajo dormir, reñirá con su marido, descuidará a sus otros hijos. Probablemente querría volver a ser niña para que la quisieran, la acariciaran y la cuidaran. Todo esto es normal.
  • Reconozca que los padres también sufren, aunque su pena pueda ser o parecer menos intensa, debido en parte a que, a diferencia de las madres, no llevaron a la criatura en su seno. Y a menudo tienen una manera distinta de hacer frente a su dolor. Por ejemplo, algunos lo reprimen y tienen fortaleza para ayudar a su mujer. Pero el sufrimiento se manifiesta en otras formas: mal humor, irresponsabilidad; o acaso busquen un alivio en la bebida. Infortunadamente, un padre adolorido no es mucha ayuda para la esposa, ni ella para él, y es posible que ambos tengan que buscar ayuda en otra parte.
  • No se enfrente sola con el mundo. Si vacila en volver a salir por el temor de que la gente le pregunte: «¿Pero qué te pasó?», hágase acompañar por una amiga que pueda contestar las preguntas de las impertinentes las primeras veces que vuelva al supermercado, el parque, el banco, etc. Cuide de que a sus colegas en el trabajo, o en la Iglesia o sinagoga o cualquier otra organización de la cual usted haga parte se les informe antes de su regreso, de modo que no tenga que estar dando explicaciones difíciles.
  • Tenga en cuenta que su dolor disminuirá con el tiempo, pero prepárese para la eventualidad de que jamás desaparezca del todo. El proceso de la pena, con pesadillas y recuerdos amargos, muchas veces puede durar hasta dos años; pero lo peor pasa por lo general a los seis meses de la pérdida. Si transcurridos seis o nueve meses la pena sigue siendo el centro de su universo, si pierde el interés en todo lo demás y parece que no puede funcionar, busque ayuda. Búsquela también desde el principio si no ha sentido ningún dolor.
  • Busque apoyo. Es posible que ingresando en un grupo de ayuda mutua, de padres que han perdido hijos, obtenga la fortaleza que necesita, como la han obtenido otros. Pero cuide de que tal grupo no sea una manera de sostener su rabia o su dolor. Si después de un año (o menos si es el caso) todavía no se puede resignar a la pérdida que ha sufrido, es bueno que busque terapia individual.
  • Vuelva los ojos a la religión, si esto la consuela. Algunos padres afligidos por la desgracia se sienten demasiado resentidos para hacer esto, pero para muchos la fe en Dios es gran consuelo.
  • No espere que tener otro hijo la va a resarcir de su pena. Si su marido y usted quieren tenerlo, muy bien; pero esperen el tiempo que su médico les recomiende. No traten de concebir con el propósito de sentirse mejor, aliviar los remordimientos o la rabia, o lograr paz para su espíritu. Eso no funciona y podría constituir una carga injusta para el nuevo hijo. Cualquier decisión que tomen acerca de su futura fecundidad (o tener otro hijo o hacerse esterilizar) debe aplazarse hasta que pase lo más profundo de la pena.
  • Reconozca que el remordimiento complica la pena y hace más difícil resignarse a la pérdida. Si usted no estaba muy convencida de que quería tener un hijo (como les pasa a muchas mujeres), si su mamá no era afectuosa y usted teme no serlo tampoco y que por eso fue por lo que perdió al niño, si se sentía insegura acerca de su feminidad (temiendo que no podría dar vida a un hijo) y ahora sus dudas se han confirmado, o si siente que no ha sido capaz de dar de sí lo que su familia y amigos esperaban de usted, busque asistencia profesional que le haga comprender que tales sentimientos de responsabilidad por la pérdida no tienen ningún fundamento. Si siente remordimiento por el solo hecho de pensar en regresar a una vida normal, porque le parece que eso sería una deslealtad para con el niño muerto, quizá le ayude pedirle espiritualmente al bebé perdón o permiso para volver a gozar la vida.